En el fondo, era un muchacho grande, lleno de talento y de ideas, recogedor de
gracias, con grandes ojos abiertos detrás de los lentes oscuros.
Amaba la
vida como nadie y en esa calle en la que vivió intensamente, encontraba también
el motivo para las lecciones diarias que propagaban sus "muñecos", como los
llamaba.
Harold era más Boquechivo que Diógenes. Adoraba a Yuleidy y
admiraba secretamente al Turpén (por Yuleidy), a quien pusimos nombre una mañana
en Diario Libre.
Odiaba los homenajes, pero no podrá evitar el que le
rinde todo el pueblo dominicano a su temprana partida que deja un vacío "que no
lo llena el aire".
Sus viñetas diarias eran una lección de sociología y
de conocimiento del temperamento nacional. Se alimentaba de poetas, filósofos y
sociólogos, pero era su genio extraordinario que le daba el giro que las hacían
profundas y, al mismo tiempo, fácilmente comprensibles por todos.
Su
capacidad creativa no tenía parangón y puedo decir con conocimiento de causa que
se le quedaron tantas cosas irrealizadas que como quiera le hubiese faltado vida
para completarlas. Era un verdadero genio creador.
Buen amigo y gran
tertuliador es incomprensible que un hombre que amaba tanto la vida no fuera
capaz de rogarle que lo dejara un poco más entre nosotros.
Harold vivirá.
Sus personajes vivirán porque él y todas sus creaciones forman parte del ser
nacional.
En nombre de la presidencia de Omnimedia, su personal y de
todos cuantos apreciamos en vida a Harold, te decimos ¡hasta pronto,
Boquechivo!
Adriano Miguel Tejada
Director Diario
Libre
atejada@diariolibre.com
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