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sábado, 30 de mayo de 2009
El último día de Trujillo.
Hoy es día 30 de mayo y vale la pena publicar este reportaje, lo he tomado de Listín Diario.
Santo Domingo.- Aquel martes 30 de mayo de 1961, el dictador Rafael L. Trujillo Molina, como de costumbre, despertó hacia las cinco de la madrugada. Una hora después ya había conversado por lo menos con dos de sus colaboradores y estaba enterado de los principales pormenores del acontecer político y social de la región del Caribe y del país, disponiéndose a continuar con las faenas del día.
Un día común y corriente
Mientras, por su lado, el tirano realizaba su habitual caminata matinal, Antonio de la Maza, por el otro, estaba de visita, muy temprano, en la residencia del ingeniero Huáscar Tejeda, cuya esposa, Lindín, le brindó una taza de café. Se desconoce con exactitud sobre qué temas conversaron; pero es lícito conjeturar que entre varias cosas abordaron la cuestión de la emboscada que tenderían a Trujillo al siguiente día por la noche, esto es, el miércoles 31 de mayo, ya que gracias a informes que les había proporcionado el teniente Amado García Guerrero, miembro del Cuerpo de Ayudantes del Generalísimo, los conjurados eran conscientes de que cada miércoles (o en ocasiones jueves) el dictador acostumbraba a desplazarse hacia San Cristóbal, solo y sin escolta, en donde permanecía hasta el fin de semana.
Esa mañana, Trujillo desayunó frugalmente; cerca de las nueve ya estaba en el Palacio Nacional, despachando asuntos rutinarios, y reunido con uno de sus colaboradores más cercanos, Virgilio Álvarez Pina. Al término de ese encuentro, el Generalísimo invitó a don Cucho, apodo con el que era conocido el destacado hombre público, para que le acompañara en una visita de inspección que pensaba realizar a la base aérea de San Isidro, adonde llegaron cerca de las once de la mañana.
Fue en el curso de esa visita que Trujillo le comunicó a Álvarez Pina que en la noche de ese día pensaba viajar a San Cristóbal. La información, lo mismo para don Cucho como para quienes en ese momento acompañaban al dictador (el coronel Marcos Jorge Moreno y uno de sus choferes, Taurino Félix Guerrero), no suscitó sorpresa alguna y pasó desapercibida.
En el discurrir cotidiano del pueblo dominicano, ese martes 30 de mayo se perfilaba como un día común y corriente. Para quienes habían organizado un complot con el fin de eliminar físicamente a Trujillo, tampoco ese día 30 revestía significación alguna, pues por lo menos en tres ocasiones anteriores durante ese mismo mes, habían intentado sin éxito alguno enfrentar a tiros al dictador un miércoles, pero nunca un martes.
El complot
El complot para ajusticiar al dictador, es un dato harto conocido, estaba dividido en dos grupos fundamentales: uno de acción, responsable de matar al sátrapa; y otro político, encargado, una vez suprimido el Leviatán, de poner en ejecución un golpe de Estado con la participación de importantes figuras del estamento militar que permitiera, en corto plazo, la realización de elecciones libres y la instauración de un gobierno democrático.
Tres importantes miembros del Grupo de Acción (Ernesto de la Maza, Antonio García Vásquez y Luis Manuel Cáceres Michel) se encontraban en La Vega y Moca, respectivamente, en donde residían, haciendo los preparativos de lugar para trasladarse a la capital al día siguiente, esto es, el miércoles 31, cuando esperaban tener la oportunidad de emboscar al dictador, conforme a los planes que habían concebido tiempo atrás. En la capital. Los demás miembros del Grupo de Acción, aguardaban por la angustiante cita con el tirano que sojuzgaba al pueblo dominicano desde hacía 31 años.
El teniente Amado García Guerrero, persona clave del Grupo de Acción porque precisamente una de sus responsabilidades consistía en avisar a sus demás compañeros el día y hora cuando el dictador viajaría a San Cristóbal, ese martes 30 de mayo estaba “franco”, esto es, libre de servicio y por consecuencia había decidido tomar un descanso. Por lo general, García Guerrero solía pasar gran parte de sus días libres en la casa de su prima Urania Mueses, esposa de Salvador Estrella Sadhalá, uno de los principales jefes de la conjura. Antonio Imbert Barrera y Salvador Estrella Sadhalá trabajaron normalmente y lo mismo hicieron los ingenieros Huáscar Tejeda y Roberto Pastoriza Neret.
Dentro del Grupo Político, el martes 30 de mayo, por lo menos hasta el atardecer, también transcurrió como un día cualquiera: Juan Tomás Díaz se dirigió a las afueras de la capital, en Villa Mella, adonde poseía una finca; su hermano Modesto, temprano en la mañana, había participado en una reunión política en San Cristóbal, y a partir del medio día descansaba en su residencia. Luis Amiama Tió, quien desde el fin de semana anterior se encontraba en el interior en gestiones relacionadas con la conspiración, regresó a la capital ese martes por la tarde. Miguel Ángel Báez Díaz también cumplió con sus compromisos habituales hasta que al promediar la tarde del 30 de mayo, en el curso de una reunión en Palacio se enteró, tal vez casualmente, de que Trujillo saldría esa noche, cuando terminara su acostumbrada caminata nocturna por la avenida George Washington. Fue a partir de ese instante que cuanto restaba de ese martes cambió drásticamente, primero para los conjurados, que tuvieron que actuar aceleradamente, luego para Trujillo, que terminó sumido en un charco de sangre, y después para el pueblo dominicano, que a partir de esa noche memorable inició el camino de la redención política.
La valiosa información
Es fama que hacia las cinco y media de la tarde del martes 30 de mayo, Miguel Ángel Báez Díaz telefoneó a Antonio de la Maza y le comunicó los planes del dictador para esa noche. Sin perder tiempo, De la Maza, quien era el principal líder de la conjura, contactó a Salvador Estrella Sadhalá, al que participó la inesperada y valiosa noticia, y éste, a su vez, le solicitó al teniente García Guerrero que tratara de confirmar la especie. De la Maza, por su parte, continuó con sus aprestos tiranicidas: llamó a Pedro Livio Cedeño y a los ingenieros Tejeda y Pastoriza, advirtiéndoles que tal vez esa noche podría presentarse la oportunidad que tanto habían esperado. Acto seguido, se dirigió al taller de herrería Los Navarro, propiedad de Miguel Ángel Bissié, otro de los conjurados, y tras ponerlo al tanto de lo que podría acontecer esa noche, retiró las armas que estaban en poder de este último, quien se había encargado de recortar los cañones de dos escopetas para hacerlas más útiles durante la emboscada a Trujillo.
Aproximadamente a las 7 de la noche los siete integrantes del Grupo de Acción que residían en la capital estaban enterados de los movimientos que hacía De la Maza para congregarlos en la avenida que conduce hacia San Cristóbal a fin de enfrentar a tiros al dictador Trujillo. Los conjurados conformaron el Grupo de Acción con diez personas porque nueve debían distribuirse en tres vehículos (tres por auto), y el décimo miembro tenía la responsabilidad de permanecer junto con los responsables del Grupo Político para colaborar en la gestión de contacto con el general José René Román Fernández, entonces secretario de las Fuerzas Armadas, y quien se había comprometido a participar en la segunda fase del complot, una vez comprobara que Trujillo había muerto. Pero el lector recordará que los tres restantes miembros del Grupo de Acción se encontraban fuera de la ciudad capital y debido a la premura con que hubo que actuar, por razones de la distancia terrestre y de los obstáculos en la comunicación, simplemente no fue posible lograr que ellos se trasladaran a la capital ni mucho menos que se enteraran a tiempo de lo que podría suceder esa noche. Por consecuencia, quienes el 30 de mayo acometieron exitosamente la audaz y heroica acción de ajustar cuentas con el tirano Trujillo fueron: Antonio de la Maza, Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert Barrera, Amado García Guerrero, Huáscar Tejeda, Roberto Pastoriza Neret y Pedro Livio Cedeño.
Últimos encuentros
En la tarde del 30 de mayo, el dictador sostuvo sendas reuniones en Palacio por lo menos con tres de sus más cercanos colaboradores: su hermano Héctor Bienvenido, Joaquín Balaguer y Virgilio Álvarez Pina. Evidentemente, ninguno de esos funcionarios pudo sospechar que ésa era la última reunión que sostendrían con El Jefe; pese a que varios decenios después, Balaguer consignaría en una suerte de memorias en las que narra algunas de sus experiencias como colaborador íntimo de Trujillo, que esa tarde pudo advertir en el semblante del dictador una enigmática expresión que delataba honda preocupación, mezcla de incertidumbre y de nostalgia, que le hizo reflexionar acerca de la fragilidad de la naturaleza humana. Trujillo, quien en el ocaso de su existencia manifestaba un inusual miedo escatológico y a menudo abordaba temas lúgubres, era ya un hombre angustiado, abatido, que en sus diálogos con algunos de sus contertulios más cercanos dejaba la impresión de que se estaba despidiendo. Un personaje de Luis Sepúlveda, en “La sombra de lo que fuimos”, sentencia que “un hombre sabe cuándo llega al fin de su camino; el cuerpo manda avisos, el maravilloso mecanismo que te mantiene inteligente y alerta empieza a fallar, la memoria hace todo lo posible por salvarte y adorna lo que deseas recordar de manera objetiva. Nunca confíes en la memoria, pues siempre está de parte nuestra; adorna lo atroz, dulcifica lo amargo, pone luz donde sólo hubo sombras. La memoria tiende a la ficción.”
Preparativos finales
Al mismo tiempo que durante la prima noche del último día de Trujillo, éste continuó con sus prácticas habituales: visita a casa de su madre, caminata por la avenida George Washington, en compañía de un grupo de funcionarios y amigos muy cercanos, (otra visita no programada de inspección a la “Aviación” o base aérea de San Isidro, acompañado esa vez por el general Román Fernández), visita a su hija Angelita para, finalmente, abordar uno de sus vehículos y dirigirse hacia San Cristóbal, solamente acompañado por su otro chofer particular; los conjurados, por su lado, estaban sobremanera activos: De la Maza, además de reunir a seis de sus compañeros del Grupo de Acción, contactó al general Juan Tomás Díaz y éste, a su vez, a Luis Amiama Tió. En la residencia del primero se efectuaron varias reuniones a partir de las 8 de la noche con su primo Miguel Ángel Báez Díaz, un hermano de éste, Tomás Báez Díaz y su esposa, el doctor Bienvenido García Vásquez, casado con su hija Marianela, y Pedro Livio Cedeño, quien acudió en procura de una pistola para utilizarla en el ataque al tirano. Cuando el Grupo de Acción se retiró para la avenida, los principales dirigentes del Grupo Político decidieron trasladarse a la casa de Marianela Díaz, a esperar por el desenlace de la delicada misión tiranicida. En efecto, ya en la avenida, los siete hombres del Grupo de Acción, en un punto que mediaba entre el restaurante El Pony y el Teatro Agua y Luz, se repartieron las armas y se distribuyeron en tres vehículos que se situaron estratégicamente en tres puntos equidistantes dentro del perímetro en el que habían calculado que enfrentarían al tirano.
Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá y Amado García Guerrero abordaron el vehículo principal, que se estacionó frente al Teatro Agua y Luz, en el lado sur de la avenida, en dirección oeste-este. Unos cuatro kilómetros más adelante, en la misma dirección que el primer carro, aparcó el segundo auto, ocupado por el ingeniero Huáscar Tejeda y por Pedro Livio Cedeño; mientras que el tercer coche, conducido por el ingeniero Roberto Pastoriza Neret, se ubicó en el kilómetro 9 de la autopista, en dirección este-oeste. El plan era el siguiente: una vez avistado el carro de Trujillo, éste sería perseguido por el vehículo conducido por Antonio Imbert Barrera, cosa que sucedió como planificado. Tan pronto fuera posible, Imbert daría unos cambios de luces a fin de alertar a sus compañeros Tejeda y Cedeño, quienes de inmediato girarían en “U” para alcanzar a Pastoriza y, juntos, esos dos vehículos intentarían bloquear la vía de forma tal que cuando se aproximara el auto objeto de persecución, se viera en la necesidad de detenerse y, una vez logrado esto, los siete hombres atacarían a tiros a Trujillo y a su chofer.
La emboscada
Pero el azar, el acaso, el destino o la Providencia, según quiera llamársele, que suele ser impredecible, si bien tenía deparado un final sangriento para el dictador, dispuso, a su vez, que los hechos acontecieran de una manera distinta de cómo los héroes concibieron la forma en que ejecutarían al dictador. Los conjurados que saldaron cuentas con Trujillo no pudieron ser nueve, sino siete; tampoco se distribuyeron en los tres vehículos de manera equitativa, sino que los principales representantes de los dos grupos que conformaron la conspiración (el Grupo de Antonio de la Maza, el Grupo de Salvador Estrella y el Grupo de Juan Tomás Díaz y Luis Amiama Tió), decidieron participar juntos en un vehículo en unión al teniente Amado García Guerrero; Huáscar Tejeda y Pedro Livio Cedeño, en otro carro; y Roberto Pastoriza Neret por sí solo en el tercer automóvil.
Aproximadamente a las 9:50 de la noche, tras más de hora y media de angustiante espera, finalmente los conjurados avistaron el carro en el que viajaba Trujillo. Cuando éste pasó frente a ellos, en la avenida George Washington, en las inmediaciones del Teatro Agua y Luz, acto seguido los cuatro héroes abordaron su coche, giraron en “U” y fueron tras su presa. Un poco más adelante, Imbert Barrera, como convenido, dio cambio de luces pero las mismas no fueron advertidas por Huáscar Tejeda y Pedro Livio Cedeño, que también aguardaban impacientes por su cita con la Historia; de manera que estos dos héroes no se percataron cuando los carros de Trujillo y el de sus cuatro compañeros pasaron frente a ellos, a alta velocidad.
Finalmente, a la altura del kilómetro nueve y medio, a escasa distancia de donde estaba el restaurante El Pony en la Feria Ganadera, el carro conducido por Antonio Imbert Barrera logró alcanzar al de Trujillo, se colocó paralelo a éste, al tiempo que Antonio de la Maza y Amado García Guerrero, por separado, dispararon sus armas contra su presa en movimiento. El disparo de Antonio de la Maza dio en el blanco y se dice que fue letal. El chofer De la Cruz, al percatarse de que El Jefe era víctima de un ataque a mano armada, frenó abruptamente, provocando que el carro persecutor los rebasara unos cincuenta metros. De inmediato, Imbert Barrera hizo un giro y se abalanzó sobre el carro del dictador que había hecho un intento de retornar hacia la ciudad, siendo interceptado por los héroes en medio del paseo central de la autopista, lo que obligó tanto al chofer de Trujillo como al propio tirano a salir del automóvil.
El primer disparo hecho por De la Maza alertó a Huáscar Tejeda y a Pedro Livio Cedeño, quienes de inmediato pusieron en marcha su vehículo y se dirigieron al escenario del tiroteo con el chofer del tirano, el único que hizo uso de las ametralladoras que portaba, para defender al Jefe y a sí mismo. Los cuatro atacantes de Trujillo se habían desmontado del auto y parapetados, protegiéndose, iniciaron un intenso intercambio de disparos en medio de la oscuridad (pues en esa área ya no había alumbrado eléctrico).
A los cuatro atacantes principales se unió Pedro Livio Cedeño, mientras Huáscar Tejeda continuó la marcha en busca del conjurado solitario, Roberto Pastoriza, con quien poco después se incorporó al grupo; sin embargo, cuando estos dos héroes llegaron al escenario del combate, Trujillo ya era cadáver.
La refriega comenzó cerca de las 10 de la noche y duró no más de diez minutos. El chofer de Trujillo se batió valientemente, ese hecho no puede soslayarse, pero cuando comprendió que ya nada podía hacer para contener el ataque de los tiranicidas, y que El Jefe se encontraba muy mal herido, se internó en la maleza contigua a la autopista en donde se dice que perdió o fingió perder el conocimiento. Según un testimonio de los propios tiranicidas, el dictador, desde que salió del automóvil, se parapetó tratando de sortear la situación, pero Antonio de la Maza, por un lado, logró deslizarse por el pavimento hasta colocarse por la parte trasera, y Antonio Imbert Barrera, por el otro, avanzó hacia el objetivo de frente al carro de éste, atacando directamente al tirano.
Cuando De la Maza lo identificó, en medio de la oscuridad, y sobre todo por sus quejidos, le disparó de nuevo, obligándolo a caminar trastabillando hasta situarse frente a su carro, cuyas luces estaban encendidas y la sirena del mismo activada. Fue entonces cuando, frente a frente, el dictador se encontró con Imbert Barrera quien le hizo un certero disparo al pecho que lo derrumbó ipso facto. Con toda seguridad se trató de un disparo mortal por necesidad, pero para cerciorarse de que el dictador no quedara con vida ni un minuto más, Antonio de la Maza, a la velocidad de un rayo, emergió de la oscuridad de la noche y en un abrir y cerrar de ojos le descerrajó un tiro de gracia a Trujillo en el mentón, al tiempo que pronunció una expresión de auténtico sabor campesino: “Este guaraguao no come más pollos.”
El cadáver del dictador
Culminada la heroica acción, acto seguido los tiranicidas recogieron el cadáver de Trujillo y lo introdujeron en el porta equipajes de uno de los vehículos. Con su carga al hombro, se dirigieron, como convenido, hacia la casa del general Juan Tomás Díaz. Una vez allí, los integrantes del Grupo Político, con “el hombre ahí”, inerte, debían procurar al general Román Fernández y de esa manera proseguir con la segunda fase de la conspiración. Sin embargo, debido a la premura con que hubo que actuar esa noche, los tiranicidas no repararon en una serie de factores imprevistos que poco después alteraron drásticamente sus planes.
Primero, la presencia fortuita en el restaurante El Pony del general Arturo Espaillat, quien al escuchar los disparos se aproximó al lugar de los hechos, comprobando que Trujillo era víctima de un atentado, circunstancia que le permitió alertar a las autoridades antes de que los tiranicidas pudieran incluso dar pasos concretos respecto de la segunda fase de la conspiración; segundo, el chofer de Trujillo, Zacarías de la Cruz, al que también debieron eliminar físicamente, y al que erradamente supusieron que había salido huyendo del lugar de los hechos, en realidad salvó la vida y al cabo de un rato, esto es, cerca de las once de la noche, se encontraba en el hospital militar Dr. Marion, en las inmediaciones de la Universidad de Santo Domingo, en donde antes de ser intervenido quirúrgicamente dio la voz de alarma a las autoridades (primero, incluso, que Arturo Espaillat), en el sentido de que El Jefe había sido objeto de un fatal atentado; tercero, en el escenario del ajusticiamiento los tiranicidas, sin percatarse de ello en ese mismo instante, dejaron abandonado el carro marca Mercury propiedad de Salvador Estrella Sadhalá, y también una pistola perteneciente a Antonio de la Maza, que accidentalmente se le cayó cuando recogía el cuerpo sin vida del tirano. Además, allí quedaron una prótesis dental del dictador; su quepis militar y el auto en el que se transportaba, con más de 50 perforaciones de balas.
A los servicios de inteligencia de la dictadura, con esas pruebas, no les resultó difícil determinar que al Jefe le había sucedido algo grave; y antes de la media noche también habían identificado a los propietarios del carro marca Mercury y de la pistola calibre 45 hallada en el lugar de los hechos. Otro factor que resultó adverso para los planes ulteriores del complot, fue que el héroe Pedro Livio Cedeño, quien había recibido una herida durante la refriega con el chofer de Trujillo, fue ingresado en la Clínica Internacional, cosa que al cabo de muy poco tiempo detectó el Servicio de Inteligencia Militar. Esto último posibilitó que agentes del SIM, luego de interrogar a Cedeño y reconstruir parte de sus movimientos esa noche, decidieran requisar la residencia del general Juan Tomás Díaz, de quien era amigo el héroe herido, y en cuya casa había estado esa noche. Precisamente fue en uno de los garajes de la residencia del general Díaz en donde los agentes del SIM, en la madrugada del miércoles 31, descubrieron el cuerpo sin vida de Trujillo en el baúl de uno de los vehículos que utilizaron los tiranicidas.
Los Héroes de Mayo y la segunda fase de la conjura
El lector recordará que en el momento en que los tiranicidas esperaban por Trujillo, el general Juan Tomás Díaz, su hermano Modesto, y Luis Amiama Tió se habían trasladado a la casa del doctor Bienvenido García Vásquez y Marianela Díaz, a esperar por el desenlace de la acción de la avenida. Cuando De la Maza y sus demás compañeros llegaron a la casa del general Díaz, con el cadáver de Trujillo a cuestas, tuvieron que esperar unos quince minutos más o menos, mientras Huáscar Tejeda se dirigió adonde se encontraba el general Díaz informándole de lo acontecido en la avenida. Al cabo de un breve lapso, Díaz, su hermano Modesto y Amiama Tió llegaron a la residencia del primero y De la Maza, al verlos, les dijo: “Bueno, aquí está el hombre”, significando con esa expresión que la primera fase de la conjura había sido completada en parte exitosamente, ya que ignoraban el conjunto de factores imprevistos, ocurridos esa noche, que obstaculizaron el normal desenvolvimiento ulterior del complot. Se sabe que poco después tanto el general Díaz, como su hermano Modesto y Amiama Tió intentaron por varias vías, y de manera infructuosa, comunicarse con el general Román Fernández, quien había sido desbordado por los acontecimientos y sobre todo por la intervención imprevista del general Arturo Espaillat. La noticia, inesperada, que recibió Román Fernández por parte del general Espaillat en el sentido de que El Jefe había sido objeto de un atentado, prácticamente alejó a Román Fernández del área de acción de los conjurados, cuyos principales cabecillas, en cuestión de horas, fueron identificados por el Servicio de Inteligencia Militar.
La conspiración que puso fin a la vida de Rafael L. Trujillo estuvo integrada por un numeroso grupo de hombres y mujeres y no, como se ha creído hasta ahora, por quienes lo ejecutaron físicamente y por los principales líderes del llamado Grupo Político. El extraordinario aporte de esa conjura a las nuevas generaciones estriba en el hecho de que gracias a la heroica acción de la avenida, el martes 30 de mayo de 1961, el dictador Rafael L. Trujillo fue ajusticiado, iniciándose así el desmantelamiento de la temible maquinaria dictatorial que rigió los destinos nacionales durante 31 años; desmantelamiento que como es de suponer no se cristalizó en el corto plazo, sino que tomó un proceso de muchos años. Los hombres y mujeres del 30 de mayo materializaron exitosamente la primera fase del complot, consistente en liquidar físicamente al tirano. La segunda fase de la conspiración no pudo siquiera ponerse en ejecución, y ese fracaso, si se le puede llamar así, fue culpa del azar y no de los héroes; fracaso que en este punto, conviene recalcarlo para que no haya olvido, costó muchas vidas e inmensos sacrificios a algunas de las familias involucradas en el complot.
Lo importante no radica en tratar de determinar cuanto dejó de hacerse entonces, sino más bien en reconocer los beneficios colectivos que se derivaron de la heroica acción del ajusticiamiento del sátrapa. Pero todavía más importante aún es el hecho de que hoy la nación dominicana conmemora el 48 aniversario de lo que el arquitecto Antonio Ocaña acertadamente llamó “la noche luz”, porque sencillamente fue a partir del 30 de mayo de 1961, el último día de Trujillo, que empezó un nuevo período de fe y de esperanza para el pueblo dominicano que desde 1844 tanto ha luchado y anhelado por disfrutar de un auténtico sistema democrático.
¿En qué consistía esa segunda fase de la conspiración del 30 de mayo y por qué fracasó? Es tema de otra historia.
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